martes, 26 de junio de 2012

El primer mal hábito



Fue a mis cuatro años cuando padecí mi primer mono. Toda la vida disfrutando de mi “caucho” en boca, succionando y succionando, y, de pronto, nada. Mis crueles padres me lo tiraron a la basura. A día de hoy recuerdo aquel desgarro. Sin embargo, no me acuerdo de la historieta que prepararon para que terminara mi dependencia al chupete.

Cuando nació mi hija quise evitar este tipo de drogas. En un primer momento pensé, nada de chupetes, nada de trapitos, nada de peluches, nada de nada. Hasta que en un momento de estrés una amiga me comentó: “Son muchos los beneficios que te aportará el chupete. Compensan con creces la lata que supondrá quitárselo”. Minutos después, Catalina ya se parecía a Maggie Simpson.

Pero esto del chupete no hay que tomárselo a la torera. La manera de acabar con su adicción puede ser muy traumática. A una niña sus padres le contaron que una gata se llevó su chupete para sus gatitos. Triste y aparentemente generosa fue asumiendo con el tiempo esta dura pérdida. Meses más tarde, mientras disfrutaba de un tranquilo paseo en familia en otra ciudad, encontró un gato. Sin pensarlo dos veces, se abalanzó contra el animal y a gritos le reclamó su apreciado tesoro.  

Este escándalo tan sólo me genera una gran incertidumbre: ¿Cómo terminará la relación de Catalina con su chupete? Me acuesto pensando queno me veo con fuerzas para quitárselo. Pero… ¿las tendré algún día?


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